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Imagen: Dinamismo en la cabeza de un hombre. Humberto Boccione 1882 -11916
CARTA DE NAVIDAD PARA UN POETAQUE ESCRIBÍA VERSOS EN SU REBOTICA (
José Javier Alexandre)
(En memoria de
Federico Muelas) Estás ahí ¿verdad?
Seguro que llegaste con tus brazos sin límites
zarandeando pétalos al aire.
Y sin dejar de hablar: con tu fluyente
río de rebotica en la garganta.
Sí, sé que estás ahí.
Cultivando laureles para frentes
denodadas, incógnitas y humildes.
Aleando con oro las últimas preguntas
que le ponen pimienta a la saliva
con divina sustancia de los hombres.
Sé que estás en un cielo de rimas consonantes,
lidiando en verso libre la estatura
sin perfil de los ángeles.
Reuniendo en gavillas los recuerdos
de las voces concordes de los monjes,
que unidas al rumor hondo del Huécar
oías por la tarde
desde tu hocino sosegado vecino a Shangri-Lá.
Sé que te desmelenas todavía
con el clamor de un viento endecasílabo
-viajero por veletas de plata y lapislázuli
- y amasas las palabras en paladar sonoro,
cociendo pan de cánticos en el horno encendido
de tu glorioso corazón que siembra
campanas en el aire.
Hoy habrás elegido por extensas praderas
aromas de tomillo y de romero,
de espliego, camomila y yerbabuena;
flores de ajonjolí,
salvia real, caléndula y retama;
y habrás seleccionado los más puros sonidos
de caramillos y zambombas,
pues celebráis ahí la Nochebuena.
Tú, como hacías aquí abajo,
levantarás tu tenderete
de las maravillosas baratijas diarias
con amorosas manos delante del Portal.
Cuéntame, Federico,
si en el belén del cielo hay un espejo
para mirarse el alma navegando en los ríos
que terminaron en el mar más alto.
Cuéntame si te cruzas
con ovejas brillantes como nubes,
en pastizales del amor nutridas;
si los pastores llevan sin heridas el barro
transido de sus lágrimas;
si la Posada tiene siempre abierta la puerta
para albergar los sueños y los amaneceres;
si las estrellas aprendieron
a remediar los largos fríos de tantas noches,
y prenden sus hogueras en albricias y azúcar
para olvidar la pena con mazapán de almendras
y aguardiente con fresas, arándanos y guindas.
Y, sobre todo, déjame que escuche
la nueva luz que en tu silencio crece.
Si supiste sacarle a tu pandero
terrenal tantas notas celestes inventadas
cuando aquí te ponías de rodillas
para escribir, ahora que estás viendo
con los ojos cerrados
cómo la medianoche se engalana de aurora,
qué callada ternura te ha cedido tu voz
para hacer del asombro tu mejor villancico.